Durante
los tres días de camino atravesando jungla y montaña visitamos la
aldea Paemu de la tribu Lisu, la aldea Lukmafai de la tribu Lahu y la aldea Manora
de la tribu White Karen. Nuestro destino final era Lukpako, una pequeña
aldea de unas treinta familias pertenecientes a la tribu White Karen, con una
población de 179 habitantes.
Viven
de la caza y del cultivo de arroz y vegetales. Cada familia tiene algunas gallinas,
un par de cerdos y un pequeño huerto con calabazas y verduras para consumo
familiar.
A
veinte metros de la casa que nos acogió, justo en la entrada de la aldea,
esta la escuela que cuenta con un comedor y un aula construidos en bambú
al modo tradicional, una caseta para el bañó, la casa del profesor
y una pequeña edificación de ladrillo que alberga dos aulas, la
principal abierta enteramente a la zona de recreo. La escuela acoge a 47 niños
de las aldeas de Lukpako, Hung Koaw y Maeu Hong.
El
mismo día que llegamos fuimos a conocer al jefe de la tribu, pero como
otros hombres de la aldea, estaba trabajando en el campo. La escuela estaba cerrada
y el profesorado debía de asistir a una especie de convención regional,
pero tuvimos la suerte de conocer a dos de los tres profesores que enseñaban
en la escuela, y quedaron maravilladas con la propuesta del taller Art and Life.
Las clases
no se reanudarían hasta tres días después, con la llegada
de los profesores, pero nos cedieron la escuela para comenzar con el taller. Watsena,
la hija mayor de la familia que nos hospedo, se ocuparía de avisar a los
niños de Lukpako y de Hnong Koaw, a tan solo 20 minutos a pie.
Las clases
empiezan a las 8:30 am pero a las 8:00 de la mañana ya estaban llegando
los niños de la aldea vecina. Al entrar en la escuela, atravesando una
doble escalera que trepa por la valla de madera que circunda todo el recinto para
evitar que entren las vacas, nos sobrecogió la emoción. Más
de 20 niños nos esperaban algo asustado y tímido en el aula abierta,
al otro lado de la zona de recreo.
Para
romper el hielo y a falta de un traductor, los reunimos al exterior, bajo el sol
de la fría mañana. Entre bromas y risas hicimos algo de gimnasia
y jugamos en corro cantando los números y abecedario en ingles. Después
de este primer contacto ya estábamos preparados para empezar el taller.
Un grupo
de 15 niños hubiese sido ideal en aquellas condiciones, pero teníamos
más del doble y de todas las edades.
Los
más pequeños se sentaron aparte en la mesa del profesor y dibujaron
a su antojo. Con los mayores redistribuimos las mesas del aula para que se sentaran
uno frente a otro para el Laboratorio del Retrato. Este es siempre
un buen comienzo pues es un ejercicio divertido retratar al compañero y
ver como uno es retratado.
La
mayor dificultad que encontramos, aparte del idioma, fue la tremenda timidez que
mostraban la mayoría de los niños. Trabajaban tapando el dibujo
y algunos los escondían bajo el pupitre cuando nos acercábamos a
ellos. Nos miraban con un gesto entre miedo y vergüenza, y muchos se apartaban
se pensaban que íbamos a tocarlos, pero al final siempre brotaban las sonrisas.
Con
papeles ecológicos, hechos a mano y comprados en Chiang Mai (provincia
al sur de Mae Hong Son) compusieron La casa donde vivo. En collage,
a golpe de tijeras y pegamento, pudieron jugar con colores y texturas que les
permitían experimentar diferentes composiciones y jugar con los detalles
básicos necesarios para expresar lo que necesitaban.
Para usar
las ceras y los rotuladores trabajaron en el dibujo de la escuela,
tratando de no olvidar los detalles importantes del recinto como la bandera, que
es izada por ellos cada mañana, el comedor o el pequeño templo a
Budha colocado frente al recreo.
Nos centramos en no limitarnos a la
línea de color y utilizaron el material como pinceles para colorear las
áreas.
En
una línea más abstracta intentaron distribuir en un solo formato
diferentes acciones de su entorno cotidiano. Hubo que pensar y elegir las diferentes
acciones de las que son protagonistas a diario y luego componerlas en el mismo
papel.
Yo hago resulto un laboratorio difícil e imperativo
pero el resultado es espectacular a nivel de conceptos.
El ultimo laboratorio
se planteo en la zona de recreo, y a modo de juego reorganizaron las
piedras que se esparcían por todo el patio. Con el sencillo gesto de cambiar
cada piedra de lugar dibujaron dos líneas paralelas que formaban un camino
que se alargaba hasta el aula principal entre gritos y risas fue apareciendo un
sendero de piedrecillas sobre una zona donde antes solo había tierra y
polvo.
Ante los ojos bien abiertos de los más pequeños
todo el material fue entregado al profesorado que estuvo ayudando y colaborando
siempre atentamente en el taller.